quarta-feira, 4 de fevereiro de 2015

REFLEXIÓN - MUJERES Y LA SUSTENTABILIDAD EN LA IGLESIA

Luciana, la catequista, Febe (mujeres) y la sustentabilidad de sus iglesias

Congregación Evangélica Luterana y Reformada de Córdoba (IERP), fue predicado este mensaje el pasado domingo 7 de diciembre de 2014. El contenido, basado en Romanos 16:1-7, fue elaborado por las mujeres del Distrito Misiones de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, y compartido con toda su iglesia para el 1º Domingo de Adviento de 2014.
Porque no solamente en las primeras comunidades cristianas sino también entre nosotros hoy en día hay un sinfín de personas que de acuerdo a los dones que Dios les dio, de acuerdo a sus posibilidades y a las circunstancias que marcan su realidad particular aportan, visible- o silenciosamente, para que el conjunto pueda funcionar. Para que la comunidad pueda sostenerse. Para que nuestras parroquias puedan ser hogares espirituales para todos quienes buscan la presencia de Dios. Y, no por último, para que entre todos podamos dar testimonio y proclamar que es Dios quien con su maravillosa bondad vive y obra entre nosotros.

La noticia puede ampliarse en el sitio web de la Congregación Evangélica Luterana y Reformada de Córdoba, escrita por el pastor de la congregación P. Joel Nagel
Aquí el texto completo del mensaje que celebra también los 30 años de la primera ordenación al ministerio pastoral de una mujer en esta iglesia: la pastora Silvia Ramírez.

Mensaje
“Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo nos acompañen, ahora y siempre. Amén.
Estimadas hermanas y hermanos:
El texto bíblico sobre el cual queremos basar nuestra reflexión del día de hoy se encuentra en la carta a los Romanos, en el capítulo 16, los versículos 1 al 7. Está titulado, en la versión Dios habla hoy, como “Saludos personales”. Saludos personales dirigidos de parte de Pablo a la pequeña e incipiente comunidad cristiana en Roma. Todavía no la había llegado a conocer personalmente. Y a modo de anticipo de su visita les escribe una larga y sustanciosa carta. Una carta en la que detalla con mucha profundidad conceptos de fe, responde a inquietudes que le habían planteado y trata de colocar un fundamento teológico sobre el cual luego, en su visita personal, construir su mensaje. Muy probablemente fue la hermana Febe, nombrada como primera en el texto que nos convoca, a quien se le había encomendado la solemne tarea de viajar a Roma y hacer entrega de la carta. Escuchemos lo que Pablo escribe:
Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa en la iglesia de Cencreas. Recíbanla bien en el nombre del Señor, como se debe hacer entre los hermanos en la fe, y ayúdenla en todo lo que necesite, porque ha ayudado a muchos, y también a mí mismo. Saluden a Prisca y Aquila, mis compañeros de trabajo en el servicio de Cristo Jesús. A ellos, que pusieron en peligro su propia vida por salvar la mía, no sólo yo les doy las gracias, sino también todos los hermanos de las iglesias no judías. Saluden igualmente a la iglesia que se reúne en casa de Prisca y Aquila. Saluden a mi querido amigo Epéneto, que en la provincia de Asia fue el primer creyente en Cristo. Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes. Saluden a mis paisanos Andrónico y Junias, que fueron mis compañeros de cárcel; se han distinguido entre los apóstoles, y se hicieron creyentes en Cristo antes que yo. (Romanos 16:1-7)

Convengamos que este no es en absoluto un texto comúnmente utilizado para predicar. Es más, no aparece en los leccionarios tradicionales. Y si no fuera porque alguien nos impulsa a prestarle especial atención, quizás lo pasaríamos por alto y ni se nos ocurriría profundizar su lectura.
Efectivamente suena como una enumeración insignificante de nombres de personas a las cuales no conocemos. Suena a querer reconocerles su dedicación a quienes de una u otra manera se habían destacado en la vida de misión de Pablo. Da la impresión de ser un texto de tanta intimidad personal que con nosotros poco y nada tiene que ver, a miles de kilómetros de distancia y a casi 2000 años de tiempo. Parece extraño elegirlo como fuente de inspiración, más en un Primer Domingo de Adviento. Hay tantos otros textos, en la misma carta a los romanos, que parecieran tener una riqueza espiritual mucho más profunda que estos versículos de despedida personal.
Sin embargo, si vamos al detalle, es este un texto que con mucha profundidad da testimonio del espíritu de comunidad que reinaba en las primeras comunidades cristianas. Aquel espíritu de comunidad que sostenía a las pequeñas comunidades de fe como hogares espirituales para tanta gente que en ellas se refugiaba para conocer, hacer realidad, vivir y proyectar una vida acorde al maravilloso mensaje del Evangelio de Jesucristo. Comunidades frágiles e indefensas, expuestas al atropello de un contexto que no las comprendía, sumamente necesitadas del apoyo espiritual de los hermanos y hermanas en la fe, sedientas del Espíritu vivificador, renovador y santificador de Dios. Comunidades que, por lo que podemos interpretar de los saludos con los cuales Pablo termina su carta, no eran anónimas, indiferentes a los demás, concentradas en lo propio. Comunidades que, muy al contrario, vivían empeñadas en sostener aquellos lazos fraternales que más allá de la realidad particular de cada miembro hacían de ellos ‘cuerpo de Cristo’, para utilizar un concepto que el propio Pablo había instalado.

Todos eran importantes. Cada uno tenía su función. De acuerdo a los dones que cada uno había recibido, de acuerdo a las posibilidades concretas y las circunstancias particulares propias a cada uno, todos aportaban al conjunto. Y de esa manera, entre todos, construían, sostenían y llevaban adelante la comunidad de fe. Prisca y Aquila habían compartido con Pablo el oficio de fabricar tiendas de campaña. Y habían abierto las puertas de su casa para que en ella la comunidad se pudiera reunir para celebrar. Febe era diaconisa, encargada por mandato oficial de atender a las viudas y huérfanos, además a cargo de la tarea administrativa de su comunidad. Epéneto había sido pionero en la fe, el primero en profesar públicamente su fe cristiana en la provincia de Asia. María había trabajado incansablemente para servir a quienes necesitaban apoyo. Andrónico y Junias habían soportado con fortaleza los martirios de la cárcel, acompañando a Pablo en la difícil tarea de mantenerse fieles al Evangelio aún en situaciones límite. La lista de nombres sigue. Y detrás de cada uno hay toda una historia de vida.

Hoy tenemos otros nombres. No nos llamamos Epéneto, ni Febe, ni Andrónico ni tampoco Prisca. Pero está José, el encargado del mantenimiento del predio parroquial. Todos lo conocemos. Lo vemos trabajar; sabemos de su vida; lo saludamos cuando nos lo cruzamos. Y está Luciana, la catequista, que todos los sábados viene a la iglesia para recibir, enseñar, acompañar, abrazar y bendecir a los niños. Julián hace visitas a los enfermos, no solamente en las clínicas, sanatorios y hospitales, sino también a domicilio. Carlos entiende de números. Él lleva la contabilidad, hace trámites, paga las cuentas. Gustavo es el coordinador juvenil. Tiene la noble tarea de convocar, asesorar y acompañar al grupo de jóvenes en sus múltiples actividades, desde la reunión semanal, las actividades recreativas y hasta la participación en los campamentos. Felicia sabe bordar. Junto con sus vecinas se reúne todos los martes para preparar hermosos trabajos a ser ofrecidos en la fiesta anual de la congregación. Claudia es pastora, y con todo cariño, amor y profundidad de compromiso pone su vocación a disposición de la comunidad que le fue confiada. Y la lista podría seguir. Porque no solamente en las primeras comunidades cristianas sino también entre nosotros hoy en día hay un sinfín de personas que de acuerdo a los dones que Dios les dio, de acuerdo a sus posibilidades y a las circunstancias que marcan su realidad particular aportan, visible- o silenciosamente, para que el conjunto pueda funcionar. Para que la comunidad pueda sostenerse. Para que nuestras parroquias puedan ser hogares espirituales para todos quienes buscan la presencia de Dios. Y, no por último, para que entre todos podamos dar testimonio y proclamar que es Dios quien con su maravillosa bondad vive y obra entre nosotros.

Evidentemente no todos somos iguales. No lo somos hoy en día, y tampoco lo eran en aquella época en la cual Pablo escribe su carta. Nuestras historias personales son diferentes. Nuestras condiciones particulares son diferentes. Nuestra edad lo es, nuestra cultura lo es, nuestro nivel adquisitivo lo es, nuestro género lo es. Pero, vaya sorpresa, y a pesar y muy al contrario de lo que nos suele complicar tanto la vida, ni Jesús mismo hizo diferencia alguna entre quienes participan de su comunidadni tampoco Pablo lo hace, por lo menos no en este texto que nos toca meditar hoy. Indiferentemente de si eran varón o mujer, si se jugaron públicamente por el Evangelio o si sirvieron a los huérfanos en silencio; independientemente de su aporte concreto, grande o pequeño, profesional o particular, Pablo los nombra a todos. Valora su aporte, destaca lo que hicieron, y les agradece públicamente. Y no solamente eso. Los encomienda a todos, uno por uno, a la memoria, a la atención y al cuidado de todos. Respetando lo poco o mucho que cada uno hizo, destacando que todo fue hecho y sigue haciéndose para bien de todos, y recomendando acompañarse, apoyarse y ayudarse mutuamente. Porque lo que en la comunidad de fe nos convoca no es el deseo de lucrar, de conseguir méritos o de ‘ganarnos un lugar en el cielo’, sino la imperante necesidad de agradecerle al Dios de la Vida a través de nuestro pequeño compromiso lo mucho que él en su inmensa bondad nos regala. Y porque, precisamente, todo lo que se hace, se hace para gloria de Dios.

A nosotros nos cuesta, y mucho, reconocernos mutuamente como criaturas de Dios, diferentes pero igualmente valoradas, amadas y bendecidas por Dios. Hemos aprendido, a lo largo de toda una larga historia, a marcar diferencias. Nos hemos acostumbrado a valorarnos, y juzgarnos, de acuerdo a parámetros que nosotros establecemos sin siquiera  preguntar si son los que Dios aplica. Nos autorizamos y desautorizamos, a veces sin siquiera saber por qué. Y en vez de potenciar nuestros dones y entre todos aportar a la construcción del Reino de Dios nos lastimamos, golpeamos y reprimimos mutuamente.
Por otro lado, y también eso es absolutamente cierto,  el Espíritu de Dios sopla por encima de nuestras limitaciones. Y concede que en pequeños detalles, que a veces ni no son tan pequeños, podamos sentir entre nosotros las señales de que una vida acorde a los parámetros de Dios es posible. También entre nosotros. Hay miles y miles de personas que se juegan por su convicción, que trabajan incansablemente por la misión que les es encomendada y que brindan su apoyo a quienes así lo necesitan. Hay miles y miles de dones que son puestos a disposición del Reino. Y hay cambios que logramos hacer, entre todos, para dar testimonio de que ante los ojos de Dios no hay diferencia que marque posición. Y para proclamarle al mundo que, en Su gran familia de fe, todos tenemos nuestro lugar, cada uno así como es, cada uno así como Dios lo creó, cada uno con los muchos o pocos dones que Dios le dio.
Permítannos en este sentido y en este lugar hacer una mención especial de una realidad que con fuerza marcó una nueva etapa en la vida de nuestra comunidad de fe de hoy en día. Tal como lo mencionáramos al comienzo, hace exactamente 30 años atrás, el 04 de noviembre de 1984, en Castelar, fue ordenada al ministerio pastoral nuestra hermana Silvia Ramírez, convirtiéndose en la primera pastora mujer de nuestra Iglesia Evangélica del Río de la Plata. Silvia junto con otras valientes pioneras se animó a tomar el desafío de asumir un ministerio hasta entonces reservado para sus colegas varones. Y a partir de entonces le sucedieron otras muchas hermanas, ordenadas al ministerio pastoral tanto como al ministerio diaconal.
La hermana Febe fue diaconisa en la iglesia de Cencreas y Pablo la encomienda al cuidado de la comunidad a la cual es enviada. Lo hace a partir de la afirmación de que ella ha ayudado a muchos, y que corresponde ofrecerle ayuda también a ella. Y lo hace sobre la base del hecho de que así como cada encargado de mantenimiento, cada catequista, cada visitador, cada tesorero, cada coordinador juvenil y cada integrante de la Sociedad de Damas pone todo lo mejor de sí para aportar al crecimiento de la comunidad, así también lo hace cada persona ordenada al ministerio, independientemente de su condición personal. Y si Pablo exhorta a la pequeña e incipiente comunidad en Roma, hace 2000 años atrás, al cuidado de quienes comparten sus dones, sus virtudes, sus vidas con la comunidad, independientemente de sus condiciones particulares, cómo no vamos a responderle también nosotros con la misma atención, el mismo respeto y el mismo cuidado, de todos para con todos.

Hoy celebramos el Primer Domingo de Adviento. Con toda la expectativa de que Dios nos llevará por el mejor de los caminos iniciamos una nueva etapa en la vida de nuestro ciclo de fe. Queremos a partir de las ya no tan insignificantes palabras de saludo personal de Pablo a los romanos desafiarnos a recuperar el don de valorarnos mutuamente. A volver a reconocernos como hijos e hijas de Dios quienes cada uno de acuerdo a sus posibilidades ponemos todo a disposición del mandato de Dios de llevar el Evangelio hasta los confines de esta tierra. Queremos dejarnos contagiar de la humildad, la franqueza, la sencillez de corazón y la valentía de las primeras comunidades cristianas que se tenían mutuamente en cuenta, se ayudaban y se cuidaban. No porque eran todos amigos personales, sino porque se sentían parte de esa gran familia que sólo el Espíritu de Dios puede construir.
¡Qué nos podamos respetar!
¡Qué nos podamos recibir mutuamente en el nombre del Señor!
¡Qué nos podamos cuidar unos a otros!
¡Qué podamos poner un granito de arena en la noble tarea de construir el Reino de Dios!
¡Y qué la paz de nuestro Señor Jesucristo, que supera todo entendimiento, nos acompañe, ahora y siempre! Amén.”

Fuente: https://sustentabilidad.wordpress.com/2014/12/11/luciana-la-catequista-febe-mujeres-y-la-sustentabilidad-de-sus-iglesias/

Nenhum comentário:

Postar um comentário